Eran aproximadamente las ocho de la noche cuando llegamos al Patinódromo del Campestre, el punto de encuentro que habíamos acordado. A lo lejos vislumbramos los chicos del grupo, las camisetas blancas que traían puestas nos indicaban hacia qué dirección debíamos dirigirnos.
Aquel lugar estaba lleno de gente, algunas estaban sentadas en bancas, otras comiendo en el puesto de fritos de la esquina, algunas acarameladas parejas, y un sin número de jóvenes con bicicletas y patines en mano, eso sin mencionar el gentío que por allí deambulaba.
Al llegar hasta donde estaban los muchachos de KAYROS, apoyados en las barandas del patinódromo, pudimos captar un ambiente cargado de expectativa, una corriente eléctrica que nos llenaba de ánimos, era extraño.
En medio de la mirada curiosa de las personas que estaban alrededor de aquel lugar, nuestro líder, paquete de tratados en mano, empezó a repartir a cada uno de los que estábamos allí. Debíamos dividirnos en parejas, y salir a cualquier dirección del Campestre a repartir por doquier mensajes de aliento y de salvación a todo el que viéramos.
Kayros se veía entusiasmado, con el propio fuego de Dios, con ganas de conquistar almas. Y a eso nos dirigimos. Cada pareja salió por su lado, proclamando bendiciones de lo alto a las personas que se cruzaban por en medio. Las sonrisas de la gente, el amén que salió de muchas bocas, y el gesto amable y sorprendido de muchos de los que recibieron los tratados, nos hacían sentir respaldados, y nos daba más ánimos para continuar.
Pero no habían pasado cinco minutos, cuando nuestras manos quedaron completamente vacías, los tratados no fueron suficientes. Habíamos quedado picados, queríamos seguir, algo debíamos hacer.
Así que nos fuimos a un parque cercano al patinódromo, y haciendo un círculo entre todos, comenzamos a aplaudir insensantemente. No sabíamos qué pasaría, no habíamos planeado nada, pero allí estaba Kayros creyendo que Dios haría algo.
Los talentos del grupo empezaron a salir a flote, y entre cantos y alabanzas que entonábamos a Dios, algunos chicos del grupo entraron al círculo y entre saltos mortales, y piruetas que nos dejaban con la boca abierta comenzaron a hacer Brake.
Era impresionante, pero la gente que estaba en aquel lugar se comenzó a aglomerar alrededor de nosotros.
La brisa empezó a soplar fuerte, y un puñado de jóvenes se sentó sólo para apreciar lo que hacía un grupo de jóvenes enardecidos por mostrar las maravillas de Dios, ese era KAYROS, y era el momento adecuado, era el momento de arrojar una palabra de salvación.
Así que como niños hambrientos rompimos el círculo y nos dirigimos a aquel grupo de gente que nos miraba. Y allí estaba nuestro líder, dando una palabra de vida directamente de los cielos.
Nos sentimos anonadados al ver la atención inquebrantable que ese grupo de personas entre los 7 y 35 años de edad, daba a cada una de las palabras que enviaba Dios a decirles.
Fue un momento especial. Un momento conmemorable, ver a decenas de jóvenes y adultos, repetir la oración de Salvación y entregar su vida a Cristo, allí con sus ojos cerrados, Dios entró a sus vidas, y entró nuevamente a las nuestras.
Se hacía tarde, y entre suspiros que provoca la presencia de Dios, cada uno de los miembros de KAYROS, partió a su casa. Con una nueva experiencia de vida, con un “chóquela” de la mano de Dios, y con un fuerte ánimo por continuar trabajando para su obra.
Tú que estás leyendo este mensaje… ¿te animas a impactar la vida de tus amigos? ¿Te atreves a acompañarnos a un nuevo impacto de la mano de Dios?
Pese a que al principio del impacto tenía los pelos de punta, fue un día maravilloso. Demostrarle a Dios que realmente estábamos dispuestos a enfrentarnos al mundo aún con temores para predicar las buenas nuevas, fue un reto. Pero todo valió la pena, realmente es necesario que salgamos a las calles, ahora es el tiempo como dice la canción.
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